Fieles de toda condición
Otro aspecto que subraya el texto citado es que el Señor distribuye sus gracias y carismas a fieles de toda condición según su voluntad.
En efecto, en la Iglesia se funcionaba, sin mala intención por parte de nadie, creyendo que las gracias de Dios se distribuían sólo por medio de los sacramentos y de sus ministros. La jerarquía era el acueducto que nos ponía en comunicación con la fuente de la gracia. El seglar, por tanto, vivía en la condición de destinatario y receptor de una gracia que le era distribuida y recomendada. El clérigo era el representante de Dios a todos los efectos. Al pueblo le quedaba el protagonismo de su vida interior y de una serie de manifestaciones y devociones paralitúrgicas con resabios de folclorismo. Es decir, hay dones jerárquicos propios de los pastores, pero también los hay carismáticos, propios de todo el pueblo de Dios.
Esto siempre ha sido así en realidad, pues la Iglesia siempre ha brillado con multitud de carismas y dones extraordinarios que han tenido los santos, hombres y mujeres, muchos de ellos seglares, a lo largo de los siglos. Pero en la praxis pastoral al arrinconar semi oficialmente los grandes dones y carismas se le robaba al seglar su más fecundo campo de acción. Por eso, resulta un gozo ver en la Renovación carismática seglares, hombres y mujeres, con auténtica unción del Espíritu y es un gozo igualmente superabundante verles en las labores del discernimiento, de la profecía y palabras de conocimiento, en el acompañamiento y dirección espiritual, en la sanación interior e incluso en el ejercicio de los grandes dones de sanación física, que se transforman en signos relevantes que confirman la palabra y la evangelización que el Espíritu realiza a través de ellos. Los grupos pueden estar perfectamente dirigidos y gestionados por personas seglares, pero siempre con la perspectiva teológica clara de que en casos de grave incertidumbre le corresponde a la jerarquía discernir y encauzar la situación del grupo. Esta frase es una cautela de sentido común dentro del campo de la fe. Sería ridículo pedir y esperar una manifestación del Espíritu para encubrir nuestra pereza y poca dedicación a las tareas ordinarias de la vida espiritual.
"Evangelii nuntiandi"
En la exhortación apostólica "Evangelii nuntiandi", que siguió al Sínodo de los Obispos de 1974, Pablo VI volvió, diríamos que con un cariño especial, a poner en primer plano la actualidad del Espíritu Santo y su labor en la Iglesia: "Gracias al apoyo del Espíritu Santo la Iglesia crece. Él es el alma de la Iglesia.
Las técnicas de evangelización son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres.
Nosotros vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu.
Ahora bien, si el Espíritu de Dios ocupa un puesto eminente en la vida de la Iglesia, actúa todavía mucho más en su misión evangelizadora. No es una casualidad que el gran comienzo de la evangelización tuviera lugar la mañana de Pentecostés, bajo el soplo del Espíritu.
Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: Él es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación. A través de Él, la evangelización penetra en los corazones, ya que Él es quien hace discernir los signos de los tiempos -signos de Dios- que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia.
El Sínodo de los Obispos de 1974, insistiendo mucho sobre el puesto que ocupa el Espíritu Santo en la evangelización, expresó asimismo el deseo de que pastores y teólogos - y añadiríamos también los fieles marcados con el sello del Espíritu en el Bautismo - estudien profundamente la naturaleza y la forma de acción del Espíritu en la evangelización de hoy en día.
Al releer estos textos no puedo evitar una acción de gracias al Señor desde el corazón de la propia Renovación carismática. Uno está absolutamente convencido de que es el mismo Espíritu el que ha suscitado e inspirado ambas cosas. Llevo 18 largos años evangelizando desde que conocí la Renovación, profundamente compenetrado con estas palabras de Pablo VI. Tengo que dar testimonio de que todo lo que dice el Papa no lo aprendí en sus palabras, sino en una experiencia directa sacada de la Renovación. La actualización que la Renovación ha hecho en mi espíritu en este tema de la evangelización y el Espíritu Santo me hace estar en consonancia total con todo lo que el Concilio y los Papas enseñan actualmente sobre el Espíritu Santo y sus carismas. Agradezco, sobre todo, haber aprendido de una manera vital todas estas cosas en una comunidad viva, donde el Espíritu Santo se hace presente haciendo Iglesia, suscitando carismas de toda clase, presididos todos ellos por el vínculo del amor y la caridad. Una comunidad que quien la conozca sabe que está perfectamente sancionada por las enseñanzas del Magisterio que hemos mencionado
La Renovación y el Magisterio
La Renovación no ha sentido nunca una necesidad especial de ser aprobada oficialmente por el magisterio de la Iglesia. Pero la Renovación no ha nacido de la voluntad de ningún hombre ni de la coherencia y actualidad de algún plan pastoral. La Renovación ni tiene fundador ni ha sido proyectada por nadie. Surgió en apariencias espontáneamente pero en realidad suscitada por la acción invisible del Espíritu, que va multiplicando los grupos de oración, a veces con poquitas personas y muy pobres, a lo largo y ancho del mundo. Es una forma distinta y extraña de nacer. Por eso mismo no es contemplada en el Derecho canónico ni está dentro de algún elenco estructural de la Iglesia. Y como la Renovación es vida ha sentido la urgencia de la vida, no la de estructurarse encuadrándose en contextos legales.
Sólo al ir surgiendo grupos y grupos con el mismo Espíritu y las mismas características, la Renovación se ha hecho consciente de que forma un conjunto que en realidad constituye una potencia fáctica dentro de la Iglesia. Entonces ha sentido no sólo la necesidad de coordinarse y relacionarse sino también la de integrarse plenamente en la vida total de la Iglesia para ser discernida y pastoreada por los pastores de la propia Iglesia. Siempre he sentido que es instintivo en la Renovación la necesidad de conectar con la Iglesia, con los pastores y obispos, invitándoles a los grupos y asambleas. Este hecho siempre lo he visto como una prueba fehaciente del Espíritu que habita en la Renovación.
Sin embargo, la Renovación ha tenido que sufrir el peso de cierta orfandad. No podemos decir que haya sido acogida ni por obispos ni sacerdotes con los brazos abiertos, salvas sean como es natural algunas excepciones. Por una parte cierta desconfianza es natural y no creo que haya producido acritud en nadie y, por otra, le ha venido bien a la Renovación para no ser fácilmente asimilada y diluida, dándole tiempo así para profundizar en los contenidos que el Espíritu quiere trasmitir a través de ella.
Pablo VI.
La primera vez que un Papa dirigió su palabra directamente a la Renovación carismática fue el día 10 de octubre de 1973 en Grottaferrata con ocasión de la Primera Conferencia Internacional de Dirigentes. Hemos oído hablar tanto sobre lo que sucede entre vosotros... Tenemos muchas preguntas que haceros pero no hay tiempo.
No olvidéis que la vida espiritual ha sido confiada a los pastores de la Iglesia, para que la mantengan intacta y ayuden a desarrollarla en todas las actividades de la comunidad cristiana. La vida espiritual está, pues, bajo la responsabilidad pastoral activa de cada obispo en su propia diócesis. Por otra parte, aún en las mejores experiencias de renovación, la cizaña puede mezclarse con el grano bueno. Haremos oración para que seáis llenos de la plenitud del Espíritu y viváis en su alegría y su santidad. Pedimos vuestra oración y os recordaremos en la Misa".
Al año siguiente, 1974, apareció un libro sobre la Renovación del Cardenal Suenens: "¿Un nuevo Pentecostés?" No cabe duda que este libro impactó al Papa. Lo mencionó explícitamente en un discurso al Sínodo de los Obispos que estaban reunidos en Roma: "El Espíritu Santo cuando viene otorga dones. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. siempre, se llaman carismas. ¿Qué quiere decir carisma? Quiere decir don. Quiere decir gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otro, para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro, y recibe el don de milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla y la admiración, llamen a la fe, etc. Que además de la gracia haya carismas que también hoy la Iglesia de Dios pueda poseer y obtener. Citaremos un libro que ha sido escrito precisamente en este tiempo por el Cardenal Suenens, que se titula "Une nouvelle Pentecôte?" Él describe y justifica esta expectativa (hablando de la Renovación) que puede ser realmente una providencia histórica en la Iglesia, de una mayor efusión de gracias sobrenaturales que se llaman carismas". Resumimos unos párrafos de lo dicho en francés:
"El pasado mes de octubre dijimos en presencia de algunos de vosotros que la Iglesia y el mundo necesitan más que nunca que "el prodigio de Pentecostés se prolongue en la historia". Desgraciadamente ¡para cuántos de quienes, por tradición, siguen profesando su existencia y, por deber, siguen dándole culto, Dios se ha convertido en algo ajeno a su vida!
Para un mundo así, cada vez más secularizado, no hay nada más necesario que el testimonio de esta "renovación espiritual" que el Espíritu Santo suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos. Las manifestaciones de esta renovación son variadas: comunión profunda de las almas, contacto íntimo con Dios en la fidelidad a los compromisos asumidos en el Bautismo, en una oración a menudo comunitaria, donde cada uno, expresándose libremente, ayuda, sostiene y fomenta la oración de los demás, basado todo en su convicción personal, derivada no sólo de la doctrina recibida por la fe, sino también de una cierta experiencia vivida, a saber, que sin Dios el hombre nada puede, y que con Él, por el contrario, todo es posible; de ahí esa necesidad de alabarle, darle gracias, celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros mismos.
La existencia humana encuentra su relación con Dios, la llamada "dimensión vertical", sin la cual el hombre está irremediablemente mutilado. Entonces esta "renovación espiritual", ¿cómo no va a ser una "suerte" (posibilidad, oportunidad) para la Iglesia y para el mundo? Y, en este caso, "¿cómo no adoptar todos los medios para que siga siéndolo?"
Juan Pablo II. Cuando terminó la proyección el Papa dijo:
"Gracias. Ha sido una expresión de fe. Sí, el canto, las palabras, los gestos. Esta dimensión expresiva de la fe estaba ausente. Esta dimensión de la fe era reducida, sí, inhibida, muy escasa. Este movimiento está ya en todas partes. Permitidme, antes de nada, explicar mi propia vida carismática: Yo siempre he pertenecido a esta renovación en el Espíritu Santo. Mi padre me dio un libro de oración, lo abrió en una página y me dijo: aquí tienes la oración del Espíritu Santo. Debes decir esta oración todos los días de tu vida. Todos ellos son parte de la riqueza del Señor. Estoy convencido de que este movimiento es un signo de su acción. El mundo necesita mucho de esta acción del Espíritu Santo y de muchos instrumentos para llevarlo a cabo. La situación en el mundo es muy peligrosa. El materialismo es una negación de lo espiritual y es por esto por lo que necesitamos la acción del Espíritu Santo. En mi país he visto una presencia especial del Espíritu Santo. A través de esta acción el Espíritu Santo viene al espíritu humano, y desde ese momento empezamos nuevamente a vivir, a encontrarnos nosotros mismos, a encontrar nuestra identidad, nuestra total humanidad. De manera que estoy convencido de que este movimiento es un muy importante componente de la total renovación, de esta renovación espiritual de la Iglesia".
Son muchas las veces que Juan Pablo II ha hablado directamente a la Renovación carismática. Termino con unas palabras que el Papa actual dirigió a la Sexta Conferencia internacional de Dirigentes, celebrada en Roma en mayo de 1987:
"En la paz y el gozo del Espíritu Santo os doy la bienvenida a todos vosotros, llegados a Roma de todos los países del mundo. Estoy muy contento de recibiros hoy y, para empezar, quiero aseguraros que vuestro amor por Cristo y vuestra apertura ante el Espíritu de la verdad son un testimonio muy valioso en la misión de la Iglesia en el mundo.
En este año se cumple el vigésimo aniversario de la Renovación carismática católica. El vigor y la fecundidad de la Renovación atestiguan ciertamente la poderosa presencia del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia, en estos años posteriores al Concilio Vaticano II. Por supuesto, el Espíritu ha guiado a la Iglesia en todos los tiempos, produciendo una gran variedad de dones entre los fieles. A causa del Espíritu, la Iglesia conserva una permanente vitalidad juvenil, y la Renovación carismática es una elocuente manifestación de esta vitalidad hoy, una expresión vigorosa de lo que "el Espíritu está diciendo a las iglesias" (Ap, 2,7) cuando nos acercamos al final del segundo milenio".
Oportunidad ecuménica
Uno de los temas en los que más han insistido los Papas al hablar a la Renovación es, dicho con palabras de Juan Pablo II, "en la grave tarea del ecumenismo" (A la IV Conferencia de Dirigentes). También en esta perspectiva aparece claro que la Renovación es una suerte y oportunidad para la Iglesia. En efecto, esta corriente espiritual se encuentra hoy en día no sólo presente sino viva y fecunda en todas las denominaciones e iglesias cristianas. Ningún otro movimiento espiritual existe ni ha existido jamás con tales características.
Muchos de los que llevamos años en la Renovación hemos tenido ocasiones de compartir nuestra oración con miembros de otras iglesias cristianas. Nos podemos pasar las horas orando, cantando, alabando, hablando del Señor sin la más mínima sensación de estar divididos en nada. El Espíritu se ha derramado en todos con el mismo calor, la misma efusión y el mismo "bautismo".
Todo está en su mano, pero el hecho claro es que la Renovación se presenta como una oportunidad histórica para realizar este cometido. Una labor que de verdad sea ecuménica no intentará eludir las tareas difíciles, tales como la convergencia doctrinal, basándose en crear una especie de "iglesia del espíritu" autónoma fuera de la Iglesia visible de Cristo. Tengamos la seguridad de que si nos entregamos a la obra de una verdadera renovación en el Espíritu, este mismo Espíritu Santo nos dará la estrategia a favor del ecumenismo que convertirá en realidad nuestra esperanza de "sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef.
"Mi palabra y predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría humana, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder..."
Juan Pablo II nos urge a una reevangelización del mundo: "con un nuevo ardor, nuevos métodos, nueva expresión" ¿No es ésa la vocación de la Renovación? Ella está capacitada para ofrecer a nuestro mundo descreído y materialista los signos que le despierten de su letargo. La Renovación cree en los carismas extraordinarios y cree, sobre todo, en su necesidad para los tiempos presentes. No intenta un simple cambio teológico, bíblico, litúrgico o moral; su vocación está en reactualizar en la Iglesia la dimensión del poder con manifestaciones carismáticas de todo tipo que avalen una predicación ungida y una presencia amorosa de Dios también para nuestros tiempos.
¿Cuáles son estos signos? Una palabra nueva y poderosa que rompa los corazones. Sanaciones interiores de tanto complejo, depresión y desconcierto. Palabras de conocimiento que iluminen las oscuridades de los corazones. Es importante que como signos de fe broten en el pueblo los frutos del Espíritu, en especial el gozo de la fe y de la oración, la alegría de lo sobrenatural, el orgullo de ser hijos de Dios, para que puedan ser superados los complejos vergonzantes que generan tanta inhibición religiosa en muchas personas. En fin, es importante que surjan comunidades nuevas, que vivan su fe con las mismas expectativas que aquella comunidad primitiva que oraba: "Ahora, Señor, concede a tus siervos que puedan predicar tu palabra con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús" (Hch.
Carisma y santidad
Dicen que ejercer un carisma no es signo de santidad. San Juan Crisóstomo señala que en los tiempos primitivos se concedían estos dones incluso a personas indignas (P.G. 51,81). El mismo Jesús nos dice: "Muchos me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Jamás os conocí, apartaos de mí, agentes de iniquidad" (Mt.
No, no son dos cosas opuestas sino más bien complementarias. Teóricamente se puede entender la santidad sin los carismas pero, en la práctica, Dios no actúa así. Los grandes santos siempre han sido sujetos dotados de los más grandes carismas. ¿No es la santidad la plenitud del Espíritu? Donde está el Espíritu están sus manifestaciones.
Pero aún hay más. Me atrevo a decir que de ordinario Dios no concede estos grandes dones a sujetos impreparados. Les haría mucho daño y Dios es bueno. ¿Imagináis a un soberbio haciendo milagros en nombre de Dios? Esos milagros serían su condenación pues multiplicarían al infinito su soberbia. El problema puede estar en los carismas falsos pero ésa es otra cuestión. Lo que nos llega de Dios siempre viene envuelto en amor. Por eso, aquéllos que ejercitan algún carisma en nombre de Dios han sido preparados y sometidos a un duro entrenamiento por el Espíritu, han sido despojados de su yo y han sido colmados de caridad hacia el pueblo. Para ejercitar un carisma con verdadera unción y fruto Dios exige la misma fe que tuvo Abrahán.
La Renovación carismática sabe mucho de estas cosas. La Renovación es Jesucristo vivo y resucitado, el que quiere hacer efectiva en el mundo aquella frase: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" .
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