RCC - Parroquia San Martin de Tours

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R. Carismática
RENOVACION CARISMATICA CATOLICA

Aparecieron Paco y Marta con otros jóvenes. Ruth no había llegado. La gente se saludaba con cierto cariño. A Paco siempre le llamó la atención que el grupo fuera tan heterogéneo. Tal vez lo que más le chocaba era la coexistencia pacífica e incluso cariñosa de los jóvenes con personas que, muchas de ellas, les doblaban sobradamente los años. Saludó al único sacerdote que estaba haciendo el Seminario, al que conocía de las clases de religión. Se llamaba Pablo. Conversaron un rato: -Aquí hay gente de toda especie, bromeó Paco.
-Es cierto, respondió Pablo. Está representado todo el pueblo de Dios.
-Sí, da la impresión de que aquí no hay conflictos generacionales. -A mí, como seglar, me parece extraño que haya aquí curas y monjas, dijo Paco.

-Pues en todos los grupos encontrarás cantidad, advirtió Marta.

-¿Es que no tienen ellas sus propias comunidades, su carisma, su espiritualidad?, siguió reflexionando Paco.

- Sí, eso es verdad, asintió Paco. Pero está claro que aquí hay una asignatura pendiente.

-Por eso, terció Marta, he oído decir que, a veces, somos "buenos católicos" o "buenas monjas", pero poco cristianos.

-Sí, no me extraña que digan aquí, siguió el sacerdote, que de alguna forma necesitamos ser rebautizados.

Porque si en el bautismo que recibimos no ha habido iluminación, no ha habido experiencia de que Jesús vive, jamás podremos llegar a la Eucaristía, que es la fuente de la caridad que nos hace verdaderamente cristianos.



Cuando se iba a iniciar la oración llegó Ruth con los acompañantes de su barrio. El rato de oración fue corto y sencillo, apenas una media hora. Acto seguido se tuvo la charla programada, cuyo tema, al menos en el grupo Agua viva, suele versar siempre sobre los dones y los carismas.


El sacerdote comenzó su charla buscando el sitio de la Renovación carismática dentro de un amplio esquema teológico del cristianismo. Con palabras distintas repetía el tema de la conversación que acabamos de escuchar entre Paco, Marta y el sacerdote asistente al Seminario. "La Renovación carismática, comenzó diciendo, nace de una fuerte experiencia bautismal. Son millones los testigos que, a lo largo y ancho del mundo, pueden avalar estas palabras. A esto debería responder sólo el Espíritu Santo, que es el que ha suscitado la Renovación carismática y la urgencia de una nueva evangelización. Tal vez se deba a que hoy, en amplios sectores de la Iglesia y del mundo, hay una pérdida creciente de fe y una carencia grande de valores éticos y religiosos, que amenazan con degradar seriamente las relaciones entre los humanos. Se necesita una fe nueva, una mística nueva, una experiencia nueva de lo sobrenatural. Y esto pertenece de lleno al campo de acción del Bautismo.


6 - RENOVACIÓN Y COMPROMISO


Me imagino que a muchos de ustedes que acaban de entrar en la Renovación les interesa conocer lo más posible sobre este movimiento religioso. Se habrán preguntado de qué se trata, cuáles son sus contenidos básicos, su espiritualidad, su moral. Para esto no basta con la experiencia personal y los testimonios por más auténticos que sean. De lo contrario la formidable experiencia de Dios que hay en la Renovación permanecería en un nivel de espontaneidad, emotividad e ingenuidad que le restaría parte de su posible fecundidad y no engendraría en nosotros una praxis convincente.


Ubicación teológica de la Renovación

Yo creo que la primera cosa que la Renovación debe aclarar a todo el mundo es la cuestión teológica de la relación entre la fe y la vida humana, entre la oración y el compromiso, lo natural y sobrenatural. ¿Cómo se viven estas cosas entre nosotros? En este tema creo que está el núcleo de muchos malentendidos con respecto a la Renovación. Otras cosas como pueden ser la caridad, la justicia, la solidaridad quedan en un segundo plano. Muchos creen que la Renovación ha nacido para apuntalar este tipo de religiosidad que últimamente está perdiendo fuerza.


Detrás de estas actitudes, que he acentuado para una mejor comprensión, hay un modelo teológico de Iglesia. Según este modelo la bondad y la salvación están en la Iglesia. Fuera de la Iglesia no hay salvación. El ideal en este caso es no mezclarse demasiado con el mundo. En la liturgia era común la terminación de muchas oraciones: "despicere terrena et amare coelestia", es decir, despreciar lo terreno y amar lo celestial.


Con la mentalidad anterior la Iglesia caminaba, no sólo al margen, sino enfrentada con una serie de realidades terrenas como el progreso, la filosofía, la técnica, la evolución social.


Hacia los años veinte de este siglo hubo una fuerte reacción dentro de la Iglesia católica. El enfoque pastoral incluía ahora un acercamiento y acción sobre el mundo y sus realidades. Se vivió una gran sensación de modernidad. Sin embargo, la teología de base era la misma que en la mentalidad anterior: la bondad y la salvación se encuentran sólo en la Iglesia. El Reino de Dios y la Iglesia se identifican.


Vaticano II.

La obra que el Espíritu Santo realizó en este concilio parecía imposible e impensable. La bondad y, por lo tanto, la salvación, ya no están en la piedad como en el primer caso o en una presencia cristiana en el mundo. La bondad está ahí, en el mundo: en la vida, en el trabajo, en la familia, en las relaciones con los demás. ¿De qué te sirve rezar, cantar, alabar a Dios, ser piadoso, si en tus relaciones sociales eres insolidario y egoísta? ¿De qué te sirve clamar a Dios si descuidas a tu familia o no eres fiel en tu trabajo? Ahí se encuentra la autenticidad del comportamiento humano.


El punto clave teológico es que no hay nada ajeno al plan de Dios. Las realidades terrenas, todo el proceso del mundo, no están fuera de la mente y del plan de Dios. La Iglesia, por tanto, ya no tiene que atraer al mundo hacia sí para salvarlo sino que, por el contrario, se hace ella servidora del mundo. El Reino de Dios no se identifica con la Iglesia sino con la historia entera de los hombres, sanada por el poder de Jesucristo y recapitulada por su resurrección. De ahí deriva un gran respeto por la tarea secular, por la autonomía de las realidades terrenas. Llega a decir la Gaudium et Spes que, aunque hay que distinguir cuidadosamente entre el crecimiento del Reino y el progreso secular, sin embargo, éste, de un modo misterioso, entra a formar parte del material del Reino de Dios. Es cierto que la realidad terrena está minada por el pecado y, por ello, muchas veces está en contraposición al Reino de Dios, pero es ahí donde incide de una manera específica la obra de la salvación.


Debajo de todo este cambio de mentalidad hay una nueva idea y experiencia de la salvación.


El pecado, por consiguiente, no es sólo un impedimento para la salvación en el más allá; es una realidad histórica que es ruptura con Dios, porque es quiebra de su plan, dañando la comunión y el amor entre los hombres. El más allá no es la "verdadera vida" desconectada de la historia humana, sino que es la trasformación y la realización plena de la vida presente. El impacto absoluto de la salvación, lejos de desvalorizar este mundo, le da su auténtico sentido y consistencia propia. Merece la pena vivir una vida que no sólo es apasionante sino que nos aboca a una plenitud total de sí misma trasformada por el esfuerzo del hombre fecundado por el don gratuito de Dios. Entre los que han brotado después del Concilio, hay dos que tienen como núcleo central de su experiencia la palabra liberación: la Teología de la liberación y la Renovación carismática. Ahí se juega también su relación con Dios. No hay dos historias, una sagrada y otra profana. Sólo hay una historia que comenzó con Adán y se cerrará con el último hombre. El Evangelio y la Iglesia están al servicio de esa historia.


Todo esto está claro en referencia a la Teología de la liberación; pero en relación con la Renovación carismática hay gente que no lo ve. Hay muchos que piensan que la Renovación tiene una actitud preconciliar, que ha nacido para reeditar en nuestros días los modelos de cristiandad con un tipo de piedad afectada, evasiva, lejos de la realidad. Hay personas que piensan que la Renovación es un refugio de sentimentalismos y de alienaciones, en los que se separan la fe y la vida, la oración y el compromiso. Hay que aceptar que cuando no se vive la Renovación en serio puede dar esa impresión. Toda la alegría y alabanza carismática, si no naciera de una experiencia liberadora sería una grotesca y triste mascarada. Pero si nace de una experiencia liberadora y sanadora, como así es, el poder que haya dentro de ella está luchando contra las esclavitudes reales en las que se halla inmerso el hombre de hoy. Ambas aceptan que la liberación en Jesucristo es el verdadero sentido de la vida y de la historia. Se trata de crear un hombre nuevo y un mundo nuevo. Esta teología pone en el centro de su seguimiento y reflexión al Jesús histórico, el que vivió, luchó y murió entre los hombres, subrayando siempre su aspecto conflictivo contra los poderes de este mundo y en defensa del pobre, del débil y del explotado.

La muerte de Jesús y su resurrección, en algunos países de pobrezas extremas, no pueden ser reflexionadas y vividas al margen de las situaciones de muerte y de las esperanzas que generan las luchas liberadoras de los pobres.

Algún tipo de militancia contra esas situaciones no debe ser ajeno a la praxis cristiana. Siendo conscientes, claro está, de que ciertas cosas tienen que estar mejor formuladas y de que hay problemas a medio resolver como el del análisis marxista de la sociedad y la violencia que genera, lo mismo que el problema de la gratuidad del Reino de Dios que es lo más específico de la salvación cristiana.


Al contrario de todo esto que acabamos de decir la Renovación carismática nace como una experiencia de fe.


Uno no sabe en qué lugar de la conciencia humana se ha hecho presente esa acción del Espíritu, pero se experimenta como absolutamente real.


Esta experiencia, guiada por la Palabra de Dios y el discernimiento de la comunidad, reconoce pronto los contenidos con los que está habitada. La primera referencia es a Jesús, el resucitado. Jesús vive, es el primer grito de alegría de los Apóstoles y de la persona que se encuentra un día con la fe cristiana. Este proceso tiene como pasos el anuncio, el "bautismo" y la formación de la comunidad.


Experiencia liberadora. Y es que la acción del Espíritu viene a un ser concreto, a una persona concreta sometida a todos los condicionamientos de la historia. Como toda persona humana, ésta de que hablamos está sometida a toda clase de esclavitudes, de opresiones, de pecados. Ha buscado al Señor desde su pobreza real, la que le hace sufrir, la que experimenta como un mal, la que le disminuye como hombre. Estas pobrezas a veces son personales, otras familiares, otras sociales. La salvación siempre es histórica. No viene a un hombre intemporal o irreal. En el hombre hay otras pobrezas más profundas que todas éstas. La primera de ellas es la propia pobreza de ser hombre. Por eso en la Renovación nadie se avergüenza de traducir esta salvación primera en términos de amor y decir: Dios me ama, Él está conmigo. Él está, es real. Dios es amor, dice San Juan.


Jesús es el Señor.

Esta es la expresión y la experiencia que define más hondamente a la Renovación carismática: el señorío de Jesús sobre todas las cosas. La experiencia liberadora del Espíritu aquí cobra toda su plenitud. Esta frase: "Jesús es el Señor", no es un eslogan o una expresión puramente contemplativa. Es cierto que se experimentan las profundas alegrías de la salvación, que van a ser expresadas y celebradas con cantos, aplausos y alabanzas, cosas todas ellas que no sólo son expresiones de liberación sino que son liberadoras en sí mismas, pero a la larga va a resultar un proceso de salvación que no en todos los momentos será fácil reconocerlo como liberador.


Para que Jesús sea verdaderamente el Señor tiene que hacerse el Señor. La condición humana, la historia del hombre, ha estado, y lo está aún en gran parte, sometida a otros señores. Estos no son salvadores sino dominadores, explotadores y han multiplicado el delito por el mundo entero. No sólo el ser humano se encuentra profundamente herido en sí mismo sino también en su contexto social. Es cierto que existe el pecado estructural, es cierto que hay estructuras opresoras que no solamente ahogan la libertad sino que oprimen y roban al hombre. La Iglesia, y la Renovación en ella, al hacerse servidoras de nuestro mundo y de nuestra historia, saben muy bien que la realidad está minada por el pecado y que generalmente no es neutral sino beligerante contra la debilidad y la inocencia. Jesús, el que vivió como hombre, estuvo siempre de parte del pobre y del débil, como una parábola de lo que constituiría su reino una vez resucitado.


En este sentido, también la Renovación hace su opción preferencial por el pobre, porque es el que más sufre el peso de la historia y por otra parte es el que más cerca está del Reino de Dios.


La Renovación, precisamente porque se alimenta del señorío de Jesús resucitado, vive esta actitud de lucha. Se trata nada menos que de crear un hombre nuevo y un mundo nuevo y esto sólo Dios lo puede hacer.


El sacramento de la liberación. Ella realiza el señorío de Jesús sobre el mundo entero y es a través de ella como se hace efectiva la fuerza de aquella palabra del Resucitado: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt.


Cuando alguien comulga el cuerpo de Cristo en la eucaristía se está comiendo la vida eterna. Pero la vida eterna ya comienza en este mundo. Sólo comiendo a Jesucristo se da la gracia sanante que hace nuevo todo lo herido y descompuesto de este mundo. El mundo nuevo y la novedad de un mundo distinto y fraterno nace de la Eucaristía, que es el sacramento de la vida restaurada. Ninguna otra metodología puede llegar a la hondura y verdad de este signo eficaz de Dios. ¡Hemos oído tantas eucaristías y el mundo no parece haber cambiado en absoluto! ¿No será más eficaz el análisis marxista, con su lucha de clases y su apelación a la violencia cuando resulte imprescindible? ¿No hay métodos más expeditivos para implantar la justicia y la igualdad en el mundo?


Esta es la tentación del hombre que ha dado origen a todas las guerras, las cuales, en vez de eliminar el pecado del mundo, lo han hecho más patente y más sangrante. Hay un fariseísmo de las observancias y otro de las obras. Marx apostaba por cambiar las estructuras para que cambie el corazón del hombre; Cristo, sin embargo, quería cambiar el corazón del hombre para que cambiasen las estructuras, pues de él nacen todos los malos pensamientos, incluso los que crean las estructuras de opresión y de injusticia. Cierto, la Renovación está contra ellas. Ella es el memorial de la muerte de Cristo, sacramento de todas las muertes que el hombre tiene que sufrir para sanar y liberar al mundo; y por lo mismo la proclamación de una resurrección poderosa a la cual, en un proceso histórico, tal vez muy largo, está convocada, con el compromiso humano, toda la realidad de la historia del hombre.


Al corazón de la realidad.

Pero aún hay que decir más. Nadie de los que estamos en la Renovación tenemos la sensación de que la gracia y el don de Dios experimentado nos haya sacado de nuestra realidad y de nuestros compromisos naturales.


Sin embargo, esta neutralidad del don de Dios es sólo aparente. La conversión no ha consistido en cambiarte tus cosas sino en recibir Las dimensiones de la sanación.
En muchos lugares se montan auténticos espectáculos cuyos contenidos semimágicos van ocupando el núcleo central de la praxis de la Renovación. Poco a poco la alabanza, el testimonio, la oración comunitaria, la acogida de los demás van perdiendo sentido y se abandonan. Todo es sanación. Todo es ejercicio de carismas.

Sin embargo, estas denuncias, que son necesarias, no invalidan el contenido precioso de sanación y salvación que tiene la Renovación carismática. Siempre en la línea de la evangelización, de la conversión, de la manifestación de la gloria de Dios. El hombre sometido a la dura experiencia del pecado y al peso de su propia naturaleza semidestruida necesita ser restaurado por el poder del señorío de Jesús. Necesita experimentar aquí en este mundo, en esta historia el poder salvador de Dios. Aquí la oración se hace compromiso salvador. Es preciso trabajar sobre las raíces y el tronco más que sobre las ramas y las hojas si se quiere llegar al fondo de los problemas.

Sanación en el espíritu.
Ese dueño se llama Satanás, el príncipe de este mundo.

Muchos hombres no son conscientes de su espíritu. Y, sin embargo, ése es el campo donde se juega básicamente el bien y el mal del hombre. Estas personas no tienen experiencia de la gracia y, por consiguiente, tampoco del pecado que lo reducen a pura sicología. La razón en ellos usurpa todo el campo del espíritu. En mi experiencia pastoral de párroco he conocido rechazos a Dios, al Papa, a los sacerdotes o a la Iglesia, que son algo más que sicología. He conocido fuertes depresiones y rebeldías por la muerte de algún ser querido. El pecado verdadero es espiritual aunque se cometa en la carne. "Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus del mal, dominadores de este mundo tenebroso"(Ef. En parte, también para eso la Iglesia ejerce sus sacramentos. La Renovación, que cree en ello, ora para que el hombre quede liberado del poder de ese espíritu maligno.

Sanación interior en la sicología.
Sobre su dimensión psicológica el hombre ya tiene más poder. Orar, por lo tanto, para que se cure una depresión, un complejo, un resentimiento o cualquiera de las heridas que nos haya producido la vida no es curanderismo, sino que va en la línea espiritual de crear un hombre nuevo, para lo cual es necesario someter todas las parcelas de nuestro ser al señorío de Jesús.
su Espíritu, que ha derramado el amor en tu corazón. No hay nada tan comunicativo como el amor. La esencia de todo compromiso cristiano o está en el amor o no hay compromiso cristiano.


De esta forma Dios quiere llegar al corazón de los hombres, de las relaciones sociales y de los sufrimientos e injusticias que azotan la realidad del hombre. Te utiliza a ti como vehículo y profeta, y a tu comunidad y a tu iglesia.


El compromiso en la Renovación está en dejarte usar y utilizar por el Espíritu. Ahí se unen la oración y el compromiso, lo natural y lo sobrenatural. El Señor te juntará con otros y se hará una comunidad, en primer lugar celebrativa, en segundo lugar de crecimiento y, en tercer lugar, según los carismas que Él derrame, también de compromiso social. No hay que olvidar nunca que los pobres son de Jesucristo, no tuyos, por lo que el ansia de abordar ciertos compromisos tiene siempre que estar discernida.


Todo el afán, pues, del compromiso cristiano consiste en ser colaboradores de la obra de salvación de Jesucristo. Se trata de crear un hombre nuevo, una sociedad nueva, una nueva humanidad. La experiencia que tenemos es que esta obra no entra dentro de las posibilidades del hombre. ¿Ha fracasado el proyecto hombre?


El que por medio de la Renovación carismática ha recibido la experiencia del don de Dios se niega a aceptar este pesimismo.


Muchas veces me he admirado leyendo las obras del gran teólogo Tomás de Aquino del aprecio que tenía a la gracia que él llama sanante. Según Santo Tomás, la naturaleza humana no está totalmente destruida por el pecado, pero sí seriamente herida. Pues bien, el sentir de la gran teología de la Iglesia lo recoge la Renovación carismática en una amplia praxis de sanación, con el fin de colaborar en la creación de un hombre nuevo. Un hombre sanado y restaurado por la gracia.


Hay cosas que jamás deberían de ser banalizadas. En la Renovación hay un peligro evidente de hacerlo con el tema de la sanación. Entonces se monta un gran tinglado de sanación sin pasar por la cruz de Cristo. ¿Es éste el Cristo de la Renovación? La Palabra de Dios no transige con el hombre viejo: "Esta generación malvada y adúltera pide una señal pero no se le dará otra que la del profeta Jonás" (Mt 12,39).

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