Biografía - Parroquia San Martin de Tours

Vaya al Contenido
Biografia de los 12

II. VIAJES MISIONEROS EN ORIENTE; EL CONCILIO DE LOS APÓSTOLES
San Lucas no nos dice adónde fue Pedro luego de su liberación de la prisión en Jerusalén. De comentarios casuales sabemos que subsecuentemente él hizo largas giras misioneras en Oriente, aunque no se nos da pista alguna sobre la cronología de sus viajes. Es seguro que permaneció durante un tiempo en Antioquía; hasta puede haber retornado más allá varias veces. La comunidad Cristiana de Antioquía fue fundada por Judíos Cristianizados que habían sido sacados de Jerusalén por la persecución (ibid., XI, 19 sqq.). La residencia de Pedro entre ellos se prueba mediante el episodio que concierne a la observancia de la ley aún entre paganos Cristianizados, relatado por San Pablo (Gál.,II, 11-21). Los Apóstoles principales en Jerusalén—los "pilares", Pedro, Santiago y Juan—habían aprobado sin reservas el Apostolado de San Pablo a los Gentiles, mientras ellos por su parte tenían la intención de trabajar principalmente entre los Judíos. Mientras Pablo vivía en Antioquía (la fecha no puede ser determinada con certeza), San Pedro fue allá y se mezcló libremente con los Cristianos no-Judíos de la comunidad, frecuentando sus hogares y compartiendo sus comidas. Pero cuando los Cristianos Judíos llegaron a Jerusalén, Pedro, por temor a que por ello se escandalizasen estos rígidos observantes de la ley ceremonial Judía y su influencia con los Cristianos Judíos peligrase, evitó en lo sucesivo comer con los incircuncisos.
Su conducta impresionó grandemente a los otros Cristianos Judíos de Antioquía, al punto que hasta Bernabé, el compañero de San Pablo, ahora evitó comer con los paganos Cristianizados. Por ser esta acción totalmente opuesta a los principios y prácticas de Pablo y podría llevar a confusión entre los paganos conversos, este Apóstol reprochó públicamente a San Pedro, porque su conducta parecía indicar un deseo de impulsar a los conversos paganos a hacerse Judíos y aceptar la circuncisión y la ley Judía. Todo el incidente es otra prueba de la ubicación autoritaria de San Pedro en la temprana Iglesia, desde que su ejemplo y su conducta eran considerados decisivos. Pero Pablo, que acertadamente vio la incoherencia en la conducta de Pedro y los Cristianos Judíos, no titubeó en defender la inmunidad de los paganos conversos ante la ley Judía. Respecto de la actitud subsiguiente de Pedro en este tema, San Pablo no nos proporciona información explícita. Aunque es altamente probable que Pedro haya ratificado la contención del Apóstol de los Gentiles y se haya, en adelante, comportado como al principio hacia los paganos Cristianizados. Como principales opositores de su visión al respecto, Pablo menciona y combate en todos sus escritos solamente a los Cristianos Judíos extremos venidos "de Santiago" (i.e., de Jerusalén). Mientras que la fecha de este suceso, si antes o después del Concilio de los Apóstoles, no puede determinarse, es probable que haya ocurrido después (ver abajo).
La tradición tardía que existió tan atrás como a fines del siglo segundo (Orígenes, "Hom. VI in Lucam"; Eusebio, "Hist. Eccl.", III, XXXVI), sobre que Pedro fundó la Iglesia de Antioquía, indica el hecho que él trabajó por un largo período allí y quizá, vivió allí hacia el fin de sus días y entonces designó cabeza de la comunidad a Evodrius, el primero de la línea de obispos de Antioquía. Esta última versión explicaría de la mejor manera la tradición que se refiere a la fundación de la Iglesia de Antioquía por San Pedro.
Es también probable que Pedro haya proseguido sus trabajos Apostólicos en varios distritos del Asia Menor, porque sería raro suponer que pasó todo el período entre su liberación de la prisión y el Concilio de los Apóstoles ininterrumpidamente en una ciudad, fuere Antioquía, Roma u otra. Y dado que después dirigió la primera de sus Epístolas a los fieles en las Provincias del Ponto, Galacia, Capodocia y Asia, uno puede razonablemente presumir que él había trabajado personalmente en al menos ciertas ciudades de estas provincias, dedicándose principalmente a la Diáspora. La Epístola, no obstante, es de un carácter general y da poco indicio de relaciones personales con las personas a quienes a quienes está dirigida. No puede ser totalmente rechazada la tradición relatada por el Obispo Dionisio de Corinto (en Eusebio, "Hist. Eccl.", II, XXVIII) en su carta a la Iglesia Romana bajo el Papa Sotero (165-74), sobre que Pedro (al igual que Pablo) había vivido en Corinto y plantado allí la Iglesia. Aún cuando la tradición debiera no recibir apoyo de la existencia del "bando de Cephas", que Pablo menciona entre otras divisiones de la Iglesia de Corinto (I Cor., I, 12; III, 22), la estada de Pedro en Corinto (hasta en conexión con el plantar y gobierno de la Iglesia por Pablo) no es imposible. Que San Pedro realizó varios viajes Apostólicos (sin duda en este tiempo, especialmente ciando él no residía ya permanentemente en Jerusalén) se establece claramente por la afirmación genérica de San Pablo en (I Cor., I, 12; III, 22), respecto del "resto de los apóstoles, y los hermanos [primos] del Señor, y Cephas", que estaban viajando por los alrededores en el ejercicio de su Apostolado.

Pedro retornó ocasionalmente a la inicial Iglesia Cristiana de Jerusalén, cuya guía fuera encomendada a Santiago, el pariente de Jesús, luego de la partida del Príncipe de los Apóstoles (A.D. 42-44). La última mención de San Pedro en los Hechos (xv, 1-29; cf. Gál., II, 1-10) surge en la reseña del Concilio de los Apóstoles en ocasión de una visita tan efímera. Como consecuencia de los problemas causados a Pedro y Bernabé por los extremos Cristianos Judíos en Antioquía, la Iglesia de esa ciudad envió a estos dos Apóstoles con otros enviados a Jerusalén para obtener una decisión definitiva respecto de las obligaciones de los paganos conversos. Además de Santiago, estaban entonces (A.D. 50-51) en Jerusalén, Pedro y Juan. En el tratamiento y la decisión de esta importante cuestión, Pedro ejerció naturalmente una influencia decisiva. Cuando se había manifestado en la asamblea un gran divergencia de opiniones, Pedro pronunció la palabra decisiva. Mucho antes, de acuerdo al testimonio Divino, él había anunciado el Evangelio a los gentiles (conversión de Cornelio y los suyos); ¿por qué, entonces, intentar aplicar el yugo Judío al cuello de los paganos conversos? Después que Pablo y Bernabé relataron cómo Dios había trabajado entre los Gentiles a su alrededor, Santiago, el principal representante de los Cristianos Judíos, adoptó el criterio de Pedro y de acuerdo con él hizo propuestas que fueron expresadas en una encíclica a los paganos conversos.

Los sucesos de Cesarea y Antioquía, así como el debate en el Concilio de Jerusalén, revelan claramente la actitud de Pedro hacia los conversos del paganismo. Lo mismo que los otros once Apóstoles originales, él se consideraba llamado a predicar la Fe en Jesús primero entre los Judíos (Hechos, X, 42), de manera que el pueblos elegido por Dios pudiera compartir la salvación en Cristo, prometida primariamente a ellos y surgiendo de su seno. La visión en Joppe y la efusión del Espíritu Santo sobre Cornelio, el pagano convertido y su gente, determinaron que Pedro los admitiese de inmediato en la comunidad de los creyentes sin imponerles la ley Judía. En sus viajes Apostólicos fuera de Palestina, él reconoció en la práctica la igualdad entre los conversos Judíos y los Gentiles, tal como lo prueba su proceder original en Antioquía. Su distanciamiento de los conversos Gentiles, por consideración a los Cristianos Judíos de Jerusalén, de ninguna manera fue un reconocimiento oficial del criterio de los Judaizantes extremistas, tan opuestos a San Pablo. Esto es clara e indiscutiblemente establecido por su actitud en el Concilio de Jerusalén. Entre Pedro y Pablo no había diferencias dogmáticas en su concepción de la salvación para los Cristianos Judíos y Gentiles. El reconocimiento de Pablo como el Apóstol de los Gentiles (Gál., II, 1-9) fue totalmente sincero y excluye todo interrogante sobre una divergencia fundamental de criterios. San Pedro y los otros Apóstoles reconocían a los conversos del paganismo como hermanos Cristianos en un pié de igualdad; Cristianos Judíos y Gentiles formaban un solo Reino de Cristo. Si Pedro dedicó la parte preponderante de su actividad Apostólica a los Judíos, esto surgió principalmente de consideraciones prácticas y de la posición de Israel como el pueblo elegido. La hipótesis de Baur sobre la existencia de corrientes opuestas de "Pedrismo" y de "Paulismo" en la primitiva Iglesia es absolutamente insostenible y totalmente rechazada hoy por los Protestantes.

IV. ACTIVIDAD Y MUERTE EN ROMA; SEPULCRO

Es un hecho histórico indisputablemente establecido que San Pedro trabajó en Roma durante la última parte de su vida y finalizó su vida terrenal por el martirio. En cuanto a la duración de su actividad Apostólica en la capital Romana, la continuidad o no de su residencia allí, los detalles y éxito de sus trabajos y la cronología de su arribo y de su muerte, todas estas cuestiones son inciertas y pueden resolverse solamente mediante hipótesis más o menos bien fundadas. El hecho esencial es que Pedro murió en Roma: esto constituye el fundamento histórico del reclamo de los Obispos de Roma sobre el Primado Apostólico de Pedro.
La residencia y la muerte de San Pedro en Roma son establecidas más allá de toda disputa como hechos históricos por una serie de claros testimonios, que se extienden desde el final del primer siglo hasta el final del segundo, proviniendo de varios países.
Que el modo y, por ende, el lugar de su muerte hayan sido conocidos en círculos Cristianos muy extendidos hacia el final del siglo primero, resulta claro a partir de la observación introducida en el Evangelio de San Juan, respecto de la profecía de Cristo sobre que Pedro le estaba ligado a Él y sería conducido adonde no quisiera -- "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios" (Juan, XXI, 18-19, ver arriba). Tal observación presupone el conocimiento de la muerte de Pedro por los lectores del Cuarto Evangelio.

La Primera Epístola de San Pedro fue escrita casi indudablemente en Roma, dado que el saludo final reza: "Os saluda la (iglesia) que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos" (v, 13). Babilonia debe ser identificada aquí como la capital Romana, desde que no puede referirse a Babilonia sobre el Eufrates, que yacía en ruinas o a la Nueva Babilonia (Seleucia) sobre el Tigris, o a la Babilonia Egipcia cerca de Menfis, o a Jerusalén, debe referirse a Roma, la única ciudad que es llamada Babilonia en otra parte por la antigua literatura Cristiana (Apoc., XVII, 5; XVIII, 10; "Oraculo Sibyl.", V, versos 143 y 159, ed. Geffcken, Leipzig, 1902, 111).
A partir del Obispo Papias de Hierápolis y de Clemente de Alejandría, ambos quienes apelan al testimonio de los antiguos presbíteros (i.e., los discípulos de los Apóstoles), conocemos que Marcos escribió su Evangelio en Roma a pedido de los Cristianos Romanos, que deseaban un memorial escrito de la doctrina predicada a ellos por San Pedro y sus discípulos (Eusebio, "Hist. Eccl.", II, XV; III, XI; VI, XIV); esto es confirmado por Irineo (Adv. haer., III, I). En conexión con esta información relativa al Evangelio de San Marcos, Eusebio, fiándose quizá de una fuente anterior, dice que Pedro en su Primera Epístola describió a Roma en forma figurada como a Babilonia.
Otro testimonio sobre el martirio de Pedro y Pablo es proporcionado por Clemente de Roma en su Epístola a los Corintios (escrita alrededor del A.D. 95-97), donde afirma (V): "Mediante el ardor y la astucia, los mayores y más rectos sustentos [de la Iglesia] han sufrido la persecución y han sido guerreados hasta la muerte. Coloquemos ante nuestra mirada a los buenos Apóstoles—San Pedro, quien a consecuencia de un injusto ardor sufrió, no uno o dos, sino numerosos agravios y, habiendo dado así testimonio (martyresas), ha ingresado al merecido lugar de gloria". Después menciona a Pablo y un número de elegidos, que estaban reunidos con los otros y sufrieron el martirio "entre nosotros" (en hemin, i.e., entre los Romanos, sentido que la expresión también tiene en el capítulo IV). Indudablemente habla, como lo prueba el párrafo completo, de la persecución Nerónica, refiriendo de esa manera el martirio de Pedro y Pablo a esa época.

En su carta escrita a comienzos del siglo segundo (antes del 117), mientras era llevado a Roma para ser martirizado, el venerable Obispo Ignacio de Antioquía procura por todos los medios refrenar a los Cristianos Romanos de pugnar por lograr el perdón para él, señalando: "Ninguna cosa les mando, como Pedro y Pablo: ellos eran Apóstoles, mientras que yo soy sólo un cautivo" (Ad. Rom., IV). El significado de esta expresión debe ser, que los dos Apóstoles trabajaron personalmente en Roma, predicando allí el Evangelio con autoridad Apostólica.
El Obispo Dionisio de Corinto en su carta a la Iglesia Romana en tiempos del Papa Sotero (165-74), dice: "Por lo tanto, usted mediante su urgente exhortación ha ligado muy estrechamente la siembra de Pedro y Pablo en Roma y en Corinto. Pues ambos plantaron la semilla del Evangelio también en Corinto y juntos nos instruyeron, tal como en forma similar enseñaron en el mismo lugar de Italia y sufrieron el martirio al mismo tiempo" (En Eusebio, "Hist. Eccl.", II, XXVIII).
Irineo de Lyon, un nativo del Asia Menor y discípulo de Policarpo de Esmirna (un discípulo de San Juan), pasó un tiempo considerable en Roma poco después de la mitad del Siglo II y luego siguió a Lyon, donde devino Obispo en el 177; describió a la Iglesia Romana como la más destacada y principal conservadora de la tradición Apostólica, como "la más grande y más antigua iglesia, conocida por todos, fundada y organizada en Roma por los dos más gloriosos Apóstoles, Pedro y Pablo" (Adv. haer., III, iii; cf. III, i). De este modo apela al hecho, conocido y reconocido universalmente, de la actividad Apostólica de Pedro y Pablo en Roma, para hallar en ello una prueba de la tradición en contra de los herejes.
En sus "Hypotyposes" (Eusebio, "Hist. Eccl.", IV, XIV), Clemente de Alejandría, maestro en la escuela de catequesis de esa ciudad desde alrededor del año 190, afirma con la fuerza de la tradición de los presbíteros: "Después que Pedro hubo anunciado la Palabra de Dios en Roma y predicado el Evangelio en el espíritu de Dios, la multitud de los oyentes pidió a Marcos, que había acompañado extensamente a Pedro en todos su viajes, que escriba lo que los Apóstoles les habían predicado" (ver arriba).

Como Irineo, Tertuliano apela en sus escritos contra los herejes a la prueba aportada por las labores Apostólicas de Pedro y Pablo en Roma acerca de la veracidad de la tradición eclesiástica. En "De Praescriptione", xxxv, dice: "Si están cerca de Italia, tienen a Roma, en donde la autoridad está siempre a mano. Qué afortunada es esta Iglesia para la cual los Apóstoles han volcado toda su enseñanza con su sangre, donde Pedro ha emulado la Pasión del Señor y donde Pablo ha sido coronado con la muerte de Juan" (el Bautista). En "Scorpiace", XV, él también habla de la crucifixión de Pedro. "El retoño de fe ensangrentado primero por Nerón en Roma. Allí Pedro fue ceñido por otro, dado que fue ligado a la cruz". Como una ilustración de la falta de importancia sobre qué agua se utiliza para administrar el bautismo, sostiene en su libro ("Sobre el Bautismo", cap. v) que no hay "ninguna diferencia entre aquélla con la que Juan bautizó en el Jordán y aquélla con la que Pedro bautizó en el Tiber"; y contra Marcion apela al testimonio de los Cristianos de Roma, "a quienes Pedro y Pablo han legado el Evangelio, sellado con su sangre" (Adv. Marc., IV, V).

Cayo, el Romano que vivió en Roma en tiempos del Papa Ceferino (198-217), escribió en su "Diálogo con Proclus" (en Eusebio, "Hist. Eccl", II, XXVIII) dirigido en contra de los Montanistas: "Pero yo puedo mostrar los trofeos de los Apóstoles. Si tienen a bien ir al Vaticano o al camino a Ostia, hallarán los trofeos de aquéllos que han fundado esta Iglesia". Por trofeos (tropaia) Eusebio entiende las tumbas de los Apóstoles, pero su óptica es confrontada por investigadores modernos que consideran que se refiere al lugar de la ejecución. Para nuestro propósito no es importante cuál opinión es correcta, pues el testimonio retiene su valor total en ambos casos. De cualquier modo, los lugares de ejecución y de entierro de ambos estaban próximos; San Pedro, que fue ejecutado en el Vaticano, recibió también allí su sepultura. Eusebio se refiere también a "la inscripción de los nombres de Pedro y Pablo, que han sido preservados hasta hoy allí en las sepulturas" (en Roma).
Existía por ende en Roma un antiguo memorial epigráfico conmemorando la muerte de los Apóstoles. La lóbrega cita en el Fragmento Muratorio ("Lucas optime theofile conprindit quia sub praesentia eius singula gerebantur sicuti et semote passionem petri evidenter declarat", ed. Preuschen, Tubingen, 1910, p. 29) presupone también una definida tradición antigua con respecto a la muerte de Pedro en Roma.
Los apócrifos Hechos de San Pedro y Hechos de los Santos Pedro y Pablo, pertenecen de manera similar a la serie de testimonios sobre la muerte de los dos Apóstoles en Roma.
En oposición a este testimonio claro y unánime de la temprana Cristiandad, unos pocos historiadores Protestantes en tiempos recientes han tratado de descartar como legendaria la residencia y muerte de Pedro en Roma. Estos intentos han resultado un completo fracaso. Se aseveraba que la tradición respecto de la residencia de Pedro en Roma se inició primero en los círculos Ebionitas y formaba parte de la Leyenda de Simón el Mago, en la que Pablo es enfrentado por Pedro como un falso Apóstol debajo de Simón; al tiempo que esta pelea fuera transplantada a Roma, también surgió en fecha temprana la leyenda de la actividad de Pedro en esa capital (así en Baur, "Paulus", 2da ed., 245 sqq., seguida por Hase y especialmente Lipsius, "Die quellen der romischen Petrussage", Kiel, 1872). Pero esta hipótesis se ha visto fundamentalmente insostenible por el carácter íntegro y la importancia puramente local del Ebionitismo, siendo refutada directamente por los antedichos testimonios genuinos y enteramente independientes, que son de al menos una antigüedad similar. Más aún, ha sido enteramente abandonado por historiadores Protestantes serios (cf., e.g., los comentarios de Harnack en "Gesch. der altchristl. Literatur", II, I, 244, n. 2). Un más reciente intento de demostrar que San Pedro fue martirizado en Jerusalén fue realizado por Erbes (Zeitschr. fur Kirchengesch., 1901, pp. 1 sqq., 161 sqq.). Él apela a los apócrifos Hechos de San Pedro, en los que dos Romanos, Albino y Agripa, son mencionados como perseguidores de los Apóstoles. A éstos identifica como Albino, Procurador de Judea y sucesor de Festus, y a Agripa II, Príncipe de Galilea, de donde llega a la conclusión que Pedro fue condenado a muerte y sacrificado por el Procurador de Jerusalén. Lo insostenible de esta hipótesis se hace inmediatamente visible por el mero hecho que nuestro más antiguo testimonio definido sobre la muerte de Pedro en Roma antedata por mucho los Hechos apócrifos; además, nunca en toda la extensión de la antigua Cristiandad se ha sido designada otra ciudad fuera de Roma como el lugar del martirio de los Santos Pedro y Pablo.

Aunque la actividad y muerte de San Pedro en Roma sea tan claramente establecida, no tenemos información precisa sobre los detalles de su estancia Romana. Las narraciones contenidas en la literatura apócrifa del siglo segundo, sobre la supuesta contienda entre Pedro y Simón el Mago, pertenecen al dominio de la leyenda. De lo ya dicho sobre el origen del Evangelio de San Marcos, podemos deducir que Pedro trabajó durante un largo período en Roma. Esta conclusión es avalada por la voz unánime de la tradición, que desde la segunda mitad del siglo segundo designa al Príncipe de los Apóstoles como fundador de la Iglesia Romana. Se sostiene ampliamente que Pedro hizo una primera visita a Roma luego de ser milagrosamente liberado de la prisión en Jerusalén; que Lucas se refería a Roma por "otro lugar", pero omitió el nombre por razones especiales. No es imposible que Pedro haya realizado un viaje de misión a Roma alrededor de esta época (después del 42 AD), pero este viaje no puede ser establecido con certeza. De cualquier forma, no podemos, en apoyo de esta teoría, apelar a las notas cronológicas de Eusebio y Jerónimo, dado que, aún cuando estas notas se retrotraen a las crónicas del siglo tercero, no son tradiciones de antiguo sino el resultado de cálculos basados en las listas episcopales. En la lista de obispos de Roma que data del siglo segundo, se introdujo en el siglo tercero (como sabemos por Eusebio y la "Cronografía de 354") la nota sobre veinticinco años de pontificado de San Pedro, pero no podemos rastrear su origen. Este agregado, en consecuencia, no sustenta la hipótesis de una vista de San Pedro a Roma luego de su liberación de la prisión (alrededor del 42). Por lo tanto, podemos admitir solamente la posibilidad de una visita tan anterior a la capital.

La tarea de determinar el año de la muerte de San Pedro está rodeada de dificultades similares. En el siglo cuarto y aún en las crónicas del tercero, hallamos dos notas distintas. En las "Crónicas" de Eusebio se da la muerte de Pedro y Pablo como en los años decimotercero y decimocuarto de Nerón (67-68); esta fecha, aceptada por Jerónimo, es la sostenida generalmente. El año 67 también es avalado por la afirmación aceptada al igual por Eusebio y Jerónimo, sobre que Pedro fue a Roma en el reinado del Emperador Claudio (según Jerónimo, en el 42), así como por la tradición antedicha de los veinticinco años de episcopado de Pedro (cf. Bartolini, "Sopra l'anno 67 se fosse quello del martirio dei gloriosi Apostoli", Roma, 1868). Una versión distinta es provista por la "Cronografía de 354" (ed. Duchesne, "Liber Pontificalis", I, 1 sqq.). Ésta refiere el arribo de San Pedro en Roma al año 30, y su muerte como la de San Pablo al año 55. Duchesne ha mostrado que las fechas en la "Cronografía" fueron insertadas en una lista de los Papas que contiene solamente sus nombres y la duración de sus pontificados, de donde, bajo la suposición cronológica de ser el año de la muerte de Cristo el 29, se insertó el año 30 como el comienzo del pontificado de Pedro y su muerte referida al 55 sobre la base de los veinticinco años de pontificado (op. cit., introd., VI sqq.). Esta fecha, sin embargo, ha sido defendida recientemente por Kellner ("Jesus von Nazareth u. seine Apostel im Rahmen der Zeitgeschichte", Ratisbon, 1908; "Tradition geschichtl. Bearbeitung u. Legende in der Chronologie des apostol. Zeitalters", Bonn, 1909). Otros historiadores han aceptado el año 65 (e. g., Bianchini, en su edición del "Liber Pontilicalis" en P. L.. CXXVII. 435 sqq.) o el 66 (e. g. Foggini, "De romani b. Petri itinere et episcopatu", Florencia, 1741; también Tillemont). Harnack procuró establecer el año 64 (I . e . el comienzo de la persecución Neroniana) como el de la muerte de Pedro ("Gesch. der altchristl. Lit. bis Eusebius", pt. II, "Die Chronologie", I, 240 sqq.). Esta fecha, que ya había sido sustentada por Cave, du Pin y Wiesler, ha sido aceptada por Duchesne (Hist. ancienne de l'eglise, I, 64). Erbes refiere la muerte de San Pedro al 22 febrero de 63 y la de San Pablo a 64 ("Texte u. Untersuchungen", nueva serie, IV, I, Leipzig, 1900, "Die Todestage der Apostel Petrus u. Paulus u. ihe rom. Denkmaeler"). Por ende la fecha de la muerte de Pedro no ha sido decidida aún; el período entre julio de 64 (inicio de la persecución Neroniana) y comienzos de 68 (el 9 de julio Nerón huyó de Roma y se suicidó) debe dejarse abierto para la fecha de su muerte. El día de su martirio también se desconoce; 29 de junio, el día aceptado de su fiesta desde el siglo cuarto, no puede ser probado como el día de su muerte (ver abajo).

Con respecto a la forma en que Pedro murió, contamos con la tradición—atestiguada por Tertuliano a fines del siglo segundo (ver arriba) y por Orígenes (en Eusebio, "Hist. Eccl.", II, I)—sobre que sufrió crucifixión. Orígenes sostiene que: "Pedro fue crucificado en Roma con su cabeza hacia abajo, como él mismo había deseado sufrir". Como el lugar de la ejecución pueden muy probablemente aceptarse los Jardines Neronianos en el Vaticano, dado que según Tácito allí se representaban en general las horrendas escenas de la persecución Neroniana; y en este distrito, en la vecindad de la Vía Cornelia y al pié de las Colinas Vaticanas, el Príncipe de los Apóstoles halló su sepultura. De esta tumba (dado que la palabra tropaion era, como ya se dijo, correctamente interpretada como tumba) Cayo ya habla en el siglo tercero. Por un tiempo los restos de Pedro descansaron con los de Pablo en una cripta en la Vía Apia en el lugar ad Catacumbas, donde ahora está la Iglesia de San Sebastián (que en su erección en el siglo cuarto fue dedicada a los dos Apóstoles). Los restos habrían sido probablemente llevados allí a comienzos de la persecución Valeriana en 258, para protegerlos de la amenaza de profanación cuando fueron confiscados los sepulcros Cristianos. Fueron más tarde restituidos a su previo lugar de reposo y Constantino el Grande hizo erigir una magnífica basílica sobre la tumba de San Pedro al pié de la Colina Vaticana. Esta basílica fue reemplazada por la actual de San Pedro en el siglo dieciséis. La cripta con el altar construido sobre ella (confessio) ha sido el más venerado santuario de un mártir en Occidente. En la estructura inferior del altar, sobre la cripta que contenía el sarcófago con los restos de San Pedro, se hizo una cavidad. Ésta fue cerrada por medio de una puerta en el frente del altar. Al abrir esta puerta el peregrino disfrutar del gran privilegio de arrodillarse justo encima del sarcófago del Apóstol. Se solían dar llaves de esta puerta como recuerdos (cf. Gregorio de Tours, "De gloria martyrum", I, XXVIII).

La memoria de San Pedro está íntimamente relacionada con la Catacumba de Santa Priscilla en la Vía Salaria. Según la tradición corriente en la tardía antigüedad Cristiana, en este lugar San Pedro instruía a los fieles y administraba el bautismo. Esta tradición parece haber estado basada en testimonios de monumentos aún anteriores. La catacumba situada debajo del jardín de una villa de la antigua familia Cristiana y senatorial Acilii Glabriones y su fundación, se retrotrae hacia fines de siglo primero; y dado que Acilio Glabrio (q. v.) cónsul en 91, fue bajo Domiciano condenado a muerte por ser Cristiano, es bastante posible que la fe Cristiana de la familia datase de los tiempos Apostólicos y que al Príncipe de los Apóstoles se le haya otorgado recepción hospitalaria en la casa de ellos durante su residencia en Roma. Las relaciones entre Pedro y Prudencio, cuya casa estaba en el sitio del actual templo de Prudencio (ahora Santa Prudentiana) parecen recostarse más bien en una leyenda.
En relación con las Epístolas de San Pedro, ver EPÍSTOLAS DE SAN PEDRO; respecto de los varios apócrifos que llevan el nombre de Pedro, especialmente el Apocalipsis y el Evangelio de San Pedro, ver APÓCRIFOS. El sermón apócrifo de Pedro (kerygma), que data de la segunda mitad del siglo segundo, era probablemente una colección de supuestos sermones del Apóstol; varios fragmentos son preservados por Clemente de Alejandría (cf. Dobschuts, "Das Kerygma Petri kritisch untersucht" en "Texte u. Untersuchungen", XI, i, Leipzig, 1893).

V. REPRESENTACIONES DE SAN PEDRO
La más antigua que existe es el medallón de bronce con las cabezas de los Apóstoles; esto data de fines del siglo segundo o principios del tercero y se conserva en el Museo Cristiano de la Biblioteca Vaticana. Pedro tiene una cabeza fuerte y redondeada, mandíbulas prominentes, una frente retrotraída, cabello crespo grueso y barba (ver la ilustración en CATACUMBAS). Los rasgos son tan distintivos, que semejan la naturaleza de un retrato. Esto también se encuentra en dos representaciones de San Pedro en la cámara de la Catacumba de Pedro y Marcelino que data de la segunda mitad del siglo tercero (Wilpert, "Die Malerein der Katakomben Rom", placas 94 y 96). En las pinturas de las catacumbas los Santos Pedro y Pablo frecuentemente aparecen como intercesores y abogados de los difuntos, en las representaciones del Juicio Final (Wilpert, 390 sqq.), y como introduciendo a un Orante (una figura que reza y representa a los muertos) en el Paraíso.
En las numerosas representaciones de Cristo en medio de Sus Apóstoles, que aparece en las pinturas de las catacumbas y labradas en los sarcófagos, Pedro y Pablo siempre ocupan los lugares de honor a derecha e izquierda del Salvador. En los mosaicos de las basílicas Romanas, que datan del siglo cuarto al noveno, Cristo aparece como figura central, con los Santos Pedro y Pablo a Su derecha e izquierda y aparte de ellos los santos especialmente venerados en cada iglesia en particular. En los sarcófagos y otros memoriales, aparecen escenas de la vida de San Pedro: su caminata sobre el Lago de Genesarét desde el bote cuando Cristo lo llamó; la profecía de sus negaciones; el lavatorio de los pies; el elevar a Tabitá de entre los muertos; la captura de Pedro y ser llevado al lugar de su ejecución. En dos copas doradas se lo representa como a Moisés haciendo brotar agua de la roca con su vara; el nombre de Pedro bajo la escena demuestra que es visto como el guía del pueblo de Dios en el Nuevo Testamento.
En el período que vas del cuarto al sexto siglo es particularmente frecuente la escena de la entrega de la Ley a Pedro, lo que ocurre en varias clases de monumento. Cristo entrega a Pedro un escrito enrollado o abierto, en el que a menudo está la inscripción Lex Domini (Ley del Señor) o Dominus legem dat (El Señor da la Ley). En el mausoleo de Constantina en Roma (S. Constanza en la Vía Nomentana) esta escena se da como un paralelo a la entrega de la Ley a Moisés. En representaciones en los sarcófagos del siglo quinto el Señor entrega a Pedro las llaves (en lugar del escrito). En labrados del siglo cuarto, Pedro suele llevar una vara en su mano (luego del siglo quinto una cruz con una larga vara, portada por el Apóstol sobre su hombro) como una suerte de cetro indicativo del oficio de Pedro. Desde fines del siglo sexto se sustituye esto por las llaves (usualmente dos, aunque a veces tres) que de allí en más se convirtieron en los atributos de Pedro. Hasta la renombrada y grandemente venerada estatua de bronce en San Pedro las posee; esta, que es la más conocida representación del Apóstol, data del último período de la antigüedad Cristiana (Grisar, "Analecta romana", I, Roma, 1899, 627 sqq.).
J.P. KIRSCH
Transcrito por Gerard Haffner.
Traducido por David O. Lawes

Parroquia San Martin de Tours - Diocesis de Quilmes - ® All rights reserved 2023
Regreso al contenido