V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre (cf. Mc 15, 34; Mt 27, 46; Lc 23, 46). Todas las invocaciones atestiguan que El es uno con el Padre. “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30); “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 9); “Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también” (Jn 5, 17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabachtani?: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. “En El... vivimos y nos movemos y existimos” (Act 17, 28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz. ( FOTO )